El vagabundo.

Un día cualquiera en una calle cerca de un colegio, había un puente en el que solía haber más de una gotera, algas marinas secas, y pintadas por todas las paredes. Aquel día caminaban un padre y su  hijo de diez años, mientras avanzaban por aquella acera, el padre le replicaba una y otra vez que como no estudiase acabaría siendo un vagabundo sin saber nada y siendo un inútil toda su vida. Aquel niño apenado por las duras palabras de su padre se limpiaba las lagrimas a la vez que caminaba. En ese preciso momento apareció un hombre de pelo canoso con ropa desaliñada y algo sucio. Era precisamente un vagabundo que vivía  en aquel puente oxidado. Aquel mendigo escucho lo que le decía ese padre a su pobre hijo. Se acerco a ellos se dirigió al padre y le dijo:
-Perdone que me entrometa señor, pero no le debería decir esas cosas a su hijo, ya que las personas como yo podríamos molestarnos y hacernos sentir mal-.

El padre con una mirada de odio y repugnancia le contesto al mendigo:

-Usted es todo aquello en lo que no quiero que se convierta mi hijo-

El mendigo con una mirada triste agacho la cabeza y murmuro:

Entiendo señor, sólo quiero que sepa que si su hijo acaba de vagabundo como usted dice no sera porque no estudie, sino porque usted no le habrá apoyado lo suficiente.

El mendigo después de contestarle, saco de una sucia mochila unas gafas viejas, un bolígrafo, y un libro medio roto, sucio, y algo húmedo. Comenzó a escribir  a medida que se iba sentado encima de aquellas algas secas.

El padre sorprendido agarro con fuerza a su hijo del brazo y se lo llevo de allí sin decir ni una sola palabra.

Aquella noche el hombre no pudo pegar ojo por la fuerte lluvia y la abrumadora tormenta que retumbaba en la calle. Pensó en muchas cosas pero sobre todo en aquel vagabundo al que había despreciado.

Al día siguiente el hombre fue corriendo aquel puente donde habitaba el mendigo para pedirle disculpas y preguntarle a que se refería con lo que le dijo.

Cuando llegó se encontró a aquel pobre mendigo muerto, su cuerpo estaba frío como el hielo y húmedo por la intensa tormenta. Junto a el estaba aquel libro de aspecto sucio y abandonado. No pudo resistirse y comenzó a leer lo que llevaba escrito.

En el se podía leer grandes párrafos de lectura, hablaban de historias tristes entre padres e hijos tan reales como la suya. En aquel preciso momento, aquel hombre con los ojos llorosos y con un nudo en la garganta entendió lo que el pobre vagabundo le quiso decir. No solamente que estuvo mal el simple echo de faltarle al respeto, sino porque triste y desgraciadamente tuvo un padre que le dijo lo mismo y nunca le apoyo lo suficiente.


No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió. Joaquín Sabina

Comentarios

  1. Hermoso relato! Triste y conmovedor, con varios puntos a reflexionar. Primeramente juzgar a priori, luego faltar el respeto y falta de compasión y empatía.


    un abraxo!

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