Memorias: Historia de unas zapatillas.
Era noviembre de
1997, yo a mis 9 años de edad esperaba con ansia el partido correspondiente de todos los sábados por
la mañana . Después de una larga semana de clases, con asignaturas tan
perezosas como por ejemplo: música, exigiéndonos cada vez más tocar la maldita
canción de Titanic a flauta, religión con una profesora que no daba a basto con
tanta pregunta sobre un dios que nunca existo, o gimnasia, con una sesión de
ejercicios sobrevalorados, y lo peor de todo, el después, ducharse con un frio
que pela baja la atenta mirada de una profesora sospechosa con unas mayas bien
ajustadas.
Y así con más de lo mismo pero a la vez tan
diferente, trascurrían todas las semanas
de aquella época, hasta la llegada del ansiado viernes.
¿Qué significaba
eso? Deberes para el fin de semana cuyas
tareas no serían realizadas hasta el domingo perezoso y pelado que va llegando
a su fin. Pero eso era lo de menos, lo importante de que había llegado el
viernes era el entrenamiento de fútbol del cole. Sí, ese era el momento más
ilusionante para mí. Eso conllevaba a diversión y emoción al pensar que a la
mañana siguiente, nos mediríamos contra un equipo rival. Si, estamos de
acuerdo, no era la previa de una final de la Champions, ni por asomo, realmente
sólo era un partido contra otro colegio. Pero en esos días era un
acontecimiento único y de un entusiasmo enorme. Seguramente la culpa de esta
obsesión la tuviese los malditos dibujos de Oliver y Benji o quizás pensábamos que algún día llegaríamos
a ser unos grandes como Ronaldo, Rivaldo o porque no decirlo Kovacevic, el caso
era que esas ganas de partido no nos la quitaba nadie, o eso pensaba yo hasta
que me sucedió una de las mayores desgracias y vergüenzas de mi vida.
Después de un
entrenamiento de diversión y ducha a piel de gallina me dispuse a recoger mis
cosas. Espinilleras, pantalones cortos, camiseta de la Real y mis medias a
rayas, sólo faltaba algo, algo con lo que yo pisaba la gravilla a base de
multitaco, con lo que metía los goles que querían entrar en la portería...
Efectivamente, mis botas, mis queridísimas zapatillas de fútbol o simplemente
mis "Joma de Alfonso",
negras con ráfagas verdes y suela marrón con mini tacos desgastados. ¿Donde
estaban? Seguramente en un lugar que yo desconocía. Pregunte y pregunte, hasta
a unas niñas que estaban saltando a la comba y nadie sabía nada.
Que desesperación,
que angustia, ¡que putada! ¿Quién me las ha robado? o estúpido de mí, ¡como las
he podido perder!
Mi amigo fiel,
cuyo nombre no diré, con sus palabras de esperanza me dijo que quizás podría
utilizar otras zapatillas aunque no fuesen de fútbol.
No se me ocurría
ningunas zapatillas que fuesen cómodas para jugar, al menos un partido, hasta
que las otras apareciesen o bien comprar otras, más bien lo segundo ya que mis
esperanzas de recuperarlas disminuían por segundo.
Al llegar a casa,
ni una partida al Sonic de la "SegaMegaDrive"
me levantaba el ánimo. Pregunte a mi madre, después de una buena bronca por
haber perdido mis Joma, qué podría utilizar para el dichoso partido. Sí, el
partido había pasado a ser una desgracia.
Mi madre, con una
sonrisa iluminadora me enseño a las sustitutas... Probablemente cuando alguien
sepa que "zapatillas" eran las sustitutas perderá todo respeto por mí
11 a la espalda, pasaría a un: reíros que es gratis y saludable a estas edades.
Y sin más sorpresas las zapatillas suplentes
eran unas "deportivas" con un dibujo en cada lado del glorioso Tarzán
de la conocida película de Disney. Y
no podía faltar el cris cras para atarlas. Eso sí, aún se pegaban muy bien...
Mi espanto estallo
y la vergüenza se manifestó. Pensé no ir
al partido, ¿para qué? Para escuchar carcajadas desde la otra acera? O podría
ir y presentarme con un par, con las botas semanales, aunque acabaría con los
pies estupefactos. O simplemente
escuchar la gloriosa voz de mi padre diciéndome que al que no le guste que no
mire y que lo que importa es pasárselo bien y darle un baño de goles al equipo
rival, que por supuesto, me regalarían carcajadas.
Decidí ir. Tan
valiente por fuera y tan avergonzado por dentro, pero siempre con la cabeza
bien alta y con las zapatillas de Tarzán
por delante en esta ocasión...
A la mañana
siguiente, con una niebla espesa, unos 3 grados y bao en mi boca me presente en
el campo de fútbol del colegio. Me vestí y me puse las "encantadoras"
zapatillas...
Salí a entrenar
entre la niebla, empecé a escuchar las primeras carcajadas de mi propio equipo
pero eso no era lo peor, lo peor vino minutos después.
Empezaron a
llegar jugadores del equipo rival, yo notaba miradas espontaneas cargadas de
risas y señalización hacia mi persona, o mejor dicho hacía mis zapatillas.
Al comenzar el
partido y una vez con el balón en mis pies, podía notar las patas de palo que
tenía al llevar puesto este obsceno calzado, al perder el balón los defensas me
lanzaban criticas de las cuales, sobran las explicaciones. Lanzaba el balón con menos fuerza y menos
efecto que el pedo de un violinista.
El entrenador tan
cansado y frustrado por mis "dotes" de juego no hacía más que mirarme
y maldecirme y por supuesto con una idea muy clara de sustituirme.
En un lanzamiento
con "fuerzas" el balón salió disparado y con él, una zapatilla con un
dibujo conocido por todos. El balón por su gracia o por mi gran suerte entro.
Pero el portero atrapo algo, ese algo era una zapatilla de Tarzan, aquella zapatilla que me pertenecía y que por suerte o al
menos yo lo veo así, consiguió que el portero se despistase y cogiese por error
eso que tanta mofa le causaba.
Todo el mundo
reía hasta el árbitro que a pesar de las
quejas del equipo rival por un gol estúpido y fuera de la reglamentación no le impidió darlo por valido.
Después de eso,
el entrenador me sustituyo con una palmada en la espalda.
Desde el
banquillo apareció una luz, un señor conserje me había encontrado mis
queridísimas Zapatillas de fútbol y aunque el milagro vino tarde, ahí estaba
yo, sentado aun con aquellas zapatillas de Tarzán
que tanta vergüenza me habían causado.
El partido
finalizo y volví a casa con las mismas zapatillas puestas y a pesar de que me hicieron pasar una
vergüenza atroz, aun las recuerdo y siempre las tuve y las tendré en uno de mis
nostálgicos y divertidos recuerdos.
Cabe destacar que
aquel partido lo ganamos 3 - 1 y con un gol lanzado con una zapatilla del
legendario Tarzán.
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